Aquella tarde el Papa arribaría al Aeropuerto Internacional
de Tocumen. Por primera vez se celebraba
una Jornada Mundial de la Juventud en Panamá. Era el verano del 2019.
El miércoles 23 de enero, a la prensa
acreditada la reunieron en una sala del Centro de Convenciones Atlántico
Pacífico (ATLAPA). Se entraba con algún
tiempo de antelación, y los pasillos estaban despejados, pero en el lugar destinado
para los comunicadores había revisión de equipos y acreditaciones. Parecía el salir
o llegar a un aeropuerto. Había mucha seguridad y cierta ansiedad. Los
periodistas salían en ómnibuses, unos tras otros. Los buses iban con escolta y
por el Corredor Sur, algo digno de vivir,
y de esas experiencias que nunca se borran.
En las calles, la juventud que adornaba la ciudad de Panamá. Habían llegado de muchos
rincones del mundo, algunos entraron por tierra, desde Centro América. Eran
miles de jóvenes alegres y con un espíritu nunca antes visto para muchos. El
jubilo era contagioso, al extremo de que el tiempo parecía ser otro, quizás cercano a noviembre, o diciembre, cuando la
gente luce con ese ánimo propio de la época en Panamá.
PEREGRINAS, ÚLTIMO DÍA DE LA JMJ 2019 |
La prensa internacional finalmente estaba allí.
Eran unas gradas y en ella se apreciaba a los comunicadores y sus clásicos
trípodes y cámaras de televisión. Otros arreglaban los lentes y se tomaba
posición. Unos se acomodaron adelante, otros, contra su voluntad, atrás. Se hablaban varios idiomas a la vez. Era
una tarde soleada y con harta brisa, típica de la estación seca en el pequeño
país caribeño.
En la calle seguía la gente en acomodo. En la
terminal aérea había gran sensación. Se esperaba al Sumo Pontífice, cuando de pronto, apareció el avión de Alitalia, identificable
por su color blanco con el distintivo de la aerolínea italiana en verde y rojo,
en la aleta de atrás.
La emoción fue grande. El avión aterrizó y dio una vuelta hasta llegar al punto cercano a las tribunas para la prensa. Traía los dos pabellones en las ventanas. El del Vaticano, con su amarillo y blanco, además de las llaves del Reino de los Cielos o el escudo papal; y el de Panamá, con sus cuarteles en rojo, azul y blanco, y las dos estrellas. De pronto el aeronave se detuvo. En minutos se abrió la puerta y al fondo se veía a su excelencia Francisco. Entonces bajó, tenía problemas con la brisa, pero la ocasión era fantástica. La fiesta había empezado para muchos. Un momento de reflexión, de recogimiento, de esperanza y de gozo. Al Pontífice le esperaba el protocolo respectivo, el pueblo y la juventud.
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