RÉPLICA DE LA CASA DE DON BOSCO, BASÍLICA DON BOSCO, PANAMÁ. FOTOS: E. Mc NALLY.
“Los sueños, sueños son”. Así decía Calderón de la Barca,
en alusión a que la vida era como un sueño y, en el caso de Don Bosco, parece
que, en parte fue así; aunque la vida no es una ilusión, ni una sombra, ni una
ficción.
Desde niño, el futuro sacerdote y fundador de la orden de
los Salesianos y del Oratorio Festivo, tuvo sueños. Uno de los más aterradores
- ya de sacerdote -, fue el del infierno, en el que un guía, que en realidad
era un ángel del Señor, se le presentaba en la noche y le mostraba, cómo las
almas de los jóvenes se perdían. Había muchos, que como atrapados por unos lazos
invisibles, eran movidos por un ser malvado y con gran poder. Estos lazos invisibles representaban los pecados
(toda clase de acciones impuras, soberbia, desobediencia, deshonestidad; además
de cualquier cantidad de procederes contrarios a la Ley de Dios), que conducían a las almas al
infierno, donde no había redención.
El ser maligno era un monstruo, con garras, que atrapaba
a muchas almas, que eran arrastradas hacia una caverna en donde residía aquella
bestia, quien manipulaba los hilos y los lazos, a semejanza de una red y los
atraía a sus dominios.
Pero Don Bosco también vio unos cuchillos que cortaban aquella
red maliciosa e invisible, que significaban: meditación y lectura espiritual
bien hecha. Junto a los cuchillos había unas espadas, que correspondían a las visitas
al Santísimo Sacramento, especialmente con la comunión; y la devoción a la
Virgen María.
Además, Don Bosco percibió uno martillo que representaban
la confesión, junto con otros cuchillos, relativos a devociones.
Y para terminar este sueño, con el que el propio Don Bosco, quedaba aterrorizado y sin fuerzas, el santo pudo ver y sentir lo que es estar en el infierno. Había gran calor y sufrimiento, además de muchas puertas, en donde, incluso, pudo reconocer a algunos de los jóvenes del Oratorio. En el sueño les llamaba desgraciados, por haber sido arrastrados a aquel lugar de castigo, del cual Don Bosco quería escapar, a pesar de las advertencias del guía, que proseguía el camino, que en un momento estuvo lleno de espinas y extrañas rosas y, en otros pasos, se constituyó en cavernas y muros con inscripciones; en las que se podía ver el desconsuelo de las almas, comidas por gusanos e insectos y devoradas por el fuego eterno, a temperaturas que excedían lo terrenal.